La dosis de miedo diaria

Aquella tarde, cuando el Sol amenazaba ocultarse frívolamente detrás del horizonte y dejar a la ciudad bajo el velo de oscuridad, la campanilla sonó en la Casa de Préstamos Emocionales. No era común que los clientes llegasen a esa hora, mucho menos siendo un miércoles, día de labor hasta tarde. Por ello, fue mucho más sorprendente descubrir que quien había alertado su llegada con la campanilla de la puerta era un hombre de unos 30 años, vestido con un traje formal que delataba su trabajo vinculado con oficinas.

En efecto, sumando la hora y la vestimenta, no era un cliente común. Alma, propietaria de la tienda, comprendía muy bien eso.

¿Qué querría aquel sujeto, quien en buena teoría debería de hallarse trabajando sin cesar en ese momento?

ꟷBueno, cliente es cliente ꟷmurmuró Alma, reordenando unos últimos frascos en el mostrador. Cuando el hombre, con paso dudoso, llegó hasta allí, Alma alzó la vista y esbozó una acostumbrada sonrisaꟷ. ¿En qué puedo ayudarle?

Entonces, el hombre alzó la vista y se quedó viendo fijamente a Alma, como si ni siquiera supiese qué hacía allí. Frotó sus manos, con una clara ansiedad, y carraspeó unas cuantas veces en busca de su voz.

ꟷEste… ꟷcomenzó a decir, con tono graveꟷ. Me dijeron que… Me dijeron que esta tienda es una Casa de Préstamos.

“Ah, ya veo”, reflexionó Alma. “Vino aquí por los rumores. Quizá cuestione la veracidad de ellos”.

ꟷEs correcto ꟷcorroboró Alma.

ꟷPero… ya sabe, no una casa de préstamos común ꟷinsistió el hombre, nerviosoꟷ. Escuché que usted recibe y ofrece productos… particulares.

A Alma le hizo gracia aquel énfasis misterioso que el hombre le daba a los adjetivos hacia su tienda.

ꟷDepende de lo que “particular” signifique para usted ꟷpuntualizó Alma, encogiéndose de hombros.

ꟷDebo de haberme vuelto loco para pensar que sería cierto…

El hombre volvió a ver hacia sus lados, preocupado, y Alma intentó suavizar su expresión.

ꟷBueno, no sé qué habrá oído exactamente usted, pero yo me dedico a recibir y dar emociones ꟷadmitió Alma, con total serenidadꟷ. Sin ningún sentido metafórico. Yo empeño y ofrezco todo tipo de sentimientos, en diversas dosis y concentraciones.

El hombre relajó entonces sus hombros, y en sus ojos se reflejaron el consuelo de haber hallado algo que había estado buscando desde hacía mucho tiempo.

ꟷEmociones, entonces… ꟷcontempló el hombreꟷ. ¿Me está hablando en serio?

ꟷAsí como que me llamo Alma ꟷaseguró ella, sonrienteꟷ. Dueña de la Casa de Préstamos Emocionales.

ꟷ¿Usted es la dueña? ꟷse extrañó élꟷ. Creería haber oído que era alguien mucho más entrado en años, con más… experiencia. No me parece que usted la tenga.

Alma contuvo una risa.

ꟷAh, veo que usted no tiene mucho tacto con las palabras, ¿eh? ꟷsermoneó ellaꟷ. Trabajo aquí desde los 18 años, lo cual me da al día de hoy una década de experiencia. ¿Le parece suficiente?

El hombre se quedó callado por unos segundos.

ꟷNunca había oído de este lugar antes ꟷdijo él, como tratando de desviar el tema

Alma asintió, comprensiva.

— Mi negocio no es muy conocido, ya verá, porque solo llegan quienes realmente necesitan una modificación en su basis de emociones.

miedo

El hombre le echó un vistazo a la tienda, dubitativo, y observó con detenimiento las repisas colmadas de frascos de contenidos casi imperceptibles para el ojo humano, como si tan solo hubiesen atrapado algún tipo de gas de distintos colores adentro.

ꟷAh, esas son muestras de emociones ꟷexplicó Alma, tranquilaꟷ. Algunas están disponibles en dosis más grandes, otras son de existencia única. Usted puede guiarse con las etiquetas en cada nivel de repisa, ya sea que busque sentimientos sutiles, fuertes, apasionados, lánguidos… Todo cambia con el pedido del cliente. Ahora bien, ¿está usted interesado?

El hombre fijó sus ojos negros de vuelta en los de Alma, con cierta actitud indecisa; pero, tras tamborilear en silencio sus dedos sobre el mostrador por unos segundos, dejó escapar un suspiro y asintió.

Alma sonrió.

Naturalmente, un negocio de ese tipo era imposible de creer real. Las emociones no son palpables ni cuantificables, eso está claro. Por lo tanto, intentar contenerlas físicamente en una botella sería, a decir verdad, una completa quimera, una colisión con todos los estudios conocidos hasta el momento. Pretender incluso “venderlas” era mucho menos realizable. O era un truco sucio o un juego desquiciado de alguien que de alguna forma pagaba la renta de aquel local místico.

Una persona que no necesitaba el servicio de la Casa de Préstamos Emocionales pensaría así. Sin embargo, como Alma bien sabía, aquellos individuos que arribaban a su tienda ya venían con la mente despejada y el pensamiento impulsado a creer en que era verdad; porque lo era, era verdad.

Aun si explicarlo metódicamente fuese inútil, en aquel local de pocos metros cuadrados, Alma llevaba un verdadero negocio de compra y venta de emociones. Amor, temor, valentía, miedo, entusiasmo, simpatía, nostalgia, felicidad, furia, desprecio… Todo lo que la raza humana había consignado en su cerebro como emociones, versátiles y también volátiles. La gama de productos de Alma era casi infinita.

Y, con respecto a los precios… No, no eran sumas monetarias lo que buscaba Alma, o riquezas tangibles y deleznables del mundo. Al contrario, Alma pretendía promover el equilibrio mental en las personas, algo que, a ciencia cierta, era mucho menos concebible que el “mercadeo emocional”. Así como ella era capaz de conservar y manipular emociones, también podía discernir cómo estas afectaban a sus usuarios cuando tenían cantidades incorrectas de las emociones incorrectas durante, claro, los momentos incorrectos.

Aquellas equivocaciones abrumaban el ambiente humano, incluso si ellos no lo notasen. Corrompían no solo al sujeto en cuestión, sino también a las emociones dentro de las personas a su alrededor. Cuantas más personas reprodujeran sentimientos erróneos, la densa nube corrupta se extendería más y más en la sociedad.

Por eso, Alma hacía lo que podía para mantenerla a raya.

Como con ese hombre en traje, cuya presencia, sin duda alguna, emanaba más de la nube de corrupción.

ꟷCuénteme por qué vino ꟷpidió Almaꟷ. Soy toda oídos.

El hombre reposó sus manos nerviosas en el mostrador, como rindiéndose ante el mito de la tienda a la cual había ingresado.

ꟷBueno, quería ver si me podía dar un…

ꟷNo, no, no ꟷcortó Alma, negando con la cabezaꟷ. No comprende; usted no solo llega, me pide lo que quiera y se va. Mi tienda no funciona así. Primero necesito hacer un diagnóstico y evaluar qué le sienta mejor, porque, caballero, usted no puede recetarse a sí mismo cualquier cosa.

ꟷ¿Recetarme?

ꟷVéalo así: estamos en una farmacia ꟷsimplificó Alma; era una analogía que a la que siempre recurría con los clientes primerizosꟷ. De modo que necesito que me explique sus síntomas. Es decir, las circunstancias psicológicas que lo motivaron a visitar la Casa de Préstamos Emocionales.

ꟷNo estoy comprendiendo…

ꟷTranquilo, es normal ꟷaseveró ellaꟷ. Déjeme hacerle unas preguntas, entonces. En primera estancia, ¿usted quiere conseguir u ofrecer emociones?

El hombre reflexionó un instante.

ꟷQuiero ofrecer emociones, pienso yo. Dejarlas ir.

ꟷ¿Cuál emoción?

El hombre tamborileó nuevamente con sus dedos el mostrador.

ꟷEl miedo ꟷrespondió esteꟷ. Quiero deshacerme del miedo. Todo el miedo en mí. No lo quiero.

Alma enarcó una ceja.

ꟷSabe usted que el miedo es parte esencial del desarrollo humano ꟷdestacó ellaꟷ, ¿no?

El hombre arrugó la nariz, en silencio.

ꟷBien, puedo examinar su caso ꟷcedió Almaꟷ. ¿Podría contarme un poco más de usted? Nombre, edad, ocupación. Así puedo iniciar el dictamen formalmente.

El hombre asintió y Alma sacó una boleta.

ꟷMi nombre es Guillermo Gómez ꟷdijo él, y Alma comenzó a apuntarꟷ. Tengo 37 años y hace poco menos de una quincena trabajo como contador. ꟷHizo una pausa para ver si Alma pedía algo más, pero ella le indicó con la cabeza que ahondara más por su cuentaꟷ. Bueno… Quizá ya haya notado esto, pero estoy constantemente tenso y nervioso. Es algo que a intervalos ha ido aumentando en mis días.

“Al principio, más o menos antes de graduarme de la universidad y comenzar a trabajar, mi vida corría ordinariamente. Estudiaba y esperaba con ansias un futuro brillante, como los demás con la oportunidad de soñar. Pensaba que la vida adulta ofrecía miles de alternativas de crecimiento, de autorrealización. No me creerá con lo que observa ahora, pero mi yo joven era bastante idealista, bastante… crédulo”.

ꟷVeo que eso ha cambiado ꟷdijo Almaꟷ, ¿Por qué? Guillermo se frotó la nuca.

ꟷYa sabe ꟷafirmó élꟷ. Al empezar mi trabajo, llegué a la etapa lúcida de todo adulto y… los sueños dejaron de ser prioridad para mí. Necesitaba pagar la renta, mi alimentación, mi transporte, mis cuentas bancarias. Necesitaba el ascenso en mi empresa, necesitaba ahorrar y disminuir mis gastos. En mi puesto laboral, soy muy consciente de todo lo que debo y todo lo que el mundo me debe. Las cosas deben estar en orden, deben salir como las planeo; o si no, pierdo la calma.

ꟷMe atrevería a decir que ya la perdió ꟷnotó ella, pensativa.

ꟷEs posible, sí ꟷconfesó Guillermo, abatidoꟷ. Y fue reemplazada por el miedo. Pero no es el miedo a ser incapaz de pagar mis deudas, como habrá supuesto. Es el miedo a obsesionarme con pagarlas.

Alma enarcó una ceja, intrigada.

ꟷVerá ꟷexplicó élꟷ, me casé cuando tenía 30 años, y en ese momento no estaba tan perdido como lo estoy ahora. No se confunda, fue un matrimonio que sí deseaba, completamente. Hay pocas cosas de las que nunca dudé, y casarme fue una de ellas. El casamiento puede ser duro, pero si usted estudió bien su decisión antes de tomarla es posible llevarlo adelante.

ꟷComprendo, comprendo ꟷcaviló Alma cuando, en realidad, ni siquiera estaba casada.

ꟷY luego llegaron los niños ꟷretomó Guillermo, acomodado como si estuviera desahogando sus penas en un barꟷ. Lo cual fue un evento muy ajetreado, que, claro, me fascinaba y aterraba a la vez. No sabía si era el momento correcto o de si nos habíamos adelantado, o de si sería buen padre o un total fracaso.

ꟷYa veo ꟷintervino Almaꟷ. La raíz de su miedo es la inseguridad de ser un buen padre.

ꟷNo ꟷdescartó Guillermoꟷ. Sé que no lo soy. No tengo dudas. Como le dije antes, estaba viviendo afanado por todos los bienes materiales; y quería asegurarme de que mis hijos recibieran todo y no tuviesen complicaciones. Entonces seguí trabajando, sin detenerme, sin pensar en nada más, hasta que gradualmente mi trabajo absorbió todo lo que era mi vida. Cuando me di cuenta, era demasiado tarde como para regresarme en el tiempo.

“Ahí fue cuando creció mi miedo. Miedo a haber desperdiciado mi tiempo, a haberme perdido de la infancia inicial de mis propios hijos, de haber desplazado a toda mi familia. Pensé entonces que, si el día de mañana moría, habría llevado una vida completamente desaprovechada y superficial. No sabía cómo arreglarlo; no estaba seguro de si dejarlo todo era lo correcto o si debía sacrificarme por el bien del orden. Así pues, tengo miedo de haber perdido todo y ni siquiera darme cuenta. Si no viviera encadenado a mi miedo, podría ser todo distinto. ¿Ahora entiende por qué quiero desecharlo?”.

Alma se rascó la barbilla y reflexionó en la historia de Guillermo.

ꟷDéjeme buscar algo ꟷanunció Alma; acto seguido se giró, rebuscó por las repisas y regresó al mostrador con un frasco de nebulosa esencia grisꟷ. Esta es una muestra de miedo.

Al instante, Guillermo retrocedió, intimidado.

ꟷ¿Qué le pasa? ꟷse escandalizóꟷ. Creí que había sido claro con querer despojarme del miedo.

ꟷEvidentemente ꟷsuspiró ella, al tiempo que se agachaba y depositaba en el mostrador otro frasco, pero en apariencia vacíoꟷ. Quiero hacer una comprobación. Coloque su mano sobre este frasco disponible y trate de canalizar todo lo que usted considera como miedo.

Guillermo le dedicó una mirada dudosa a Alma, claramente consternado con su indicación. No obstante, tras recapacitar, extendió su brazo y puso su palma sobre ese frasco, que bien alcanzaría en su mano. Frunciendo el ceño, cerró los ojos y ejerció un poco de presión en el recipiente. Entonces, el frasco progresivamente empezó a llenarse de aquella característica esencia nebulosa, que al concentrarse más adquiriría el mismo color que el otro frasco en el mostrador.

ꟷPuede quitar su mano ꟷdijo Alma, y el hombre obedecióꟷ. Como ve, esta es una muestra de su miedo interior.

ꟷ¿Solo una muestra? ꟷse desesperó Guillermoꟷ. ¿Por qué no extraer todo de una sola vez?

ꟷNo, así no serviría ꟷexplicó Almaꟷ. El miedo, como muchas otras emociones, no es pasajero. Usted podría intentar deshacerse de él ahora mismo, que dentro de pocos días sería capaz de regenerarse en su mente. Así que, en mi opinión, la mejor solución es averiguar qué conforma el miedo suyo.

ꟷ¿Ah? ꟷse extrañó Guillermo. Alma asintió.

ꟷEste otro frasco, como le dije, es una muestra de miedo ꟷretomó ellaꟷ. Pero este es miedo puro, que nació como miedo y probablemente muera como él. Su miedo, sin embargo, debe de estar compuesto por una infusión de diversos sentimientos. Las mezclas de emociones no se pueden extraer tan fácil como se extraería un sentimiento puro o aislado, cosa que no es muy frecuente de encontrar.

ꟷEntonces, Alma volvió a tomar el frasco del miedo de Guillermo y lo comenzó a agitar de arriba abajoꟷ. Veamos de qué está conformado.

Con el movimiento de manos, pareció que la esencia nebulosa giraba vertiginosamente y se fundía en el fondo del frasco, con lo cual, en pocos segundos, dejó descubiertas unas partículas suspendidas en el aire de colores opuestos al grisáceo de antes.

ꟷAquí lo ve usted ꟷanunció Alma, satisfecha con el resultadoꟷ. Detrás de su miedo, se ocultan los sentimientos que lo formaron y sedimentaron. Hay un poco de ansiedad allí y una porción de tristeza, pero lo que predomina de todos estos, Guillermo, es el remordimiento.

ꟷ¿El remordimiento?

ꟷEse mismo ꟷasintió Almaꟷ. El remordimiento lo hace ver hacia el pasado y le genera esa culpa que lo incita a vivir en preocupación, la cual ciertamente se desarrolla como miedo. Usted le teme a su presente, porque se arrepiente de su pasado y piensa en que lo repetirá ahora.

Guillermo llevó una palma a su frente, extenuado.

ꟷYo… Yo no comprendo. ¿Qué debo hacer, entonces? ¿Qué me recomienda usted?

Alma reflexionó unos segundos en silencio.

ꟷBueno ꟷrespondió ella, serenaꟷ, si de verdad quiere desvanecer su miedo, debe liberarse del remordimiento de sus errores acumulados; es decir, aceptar los eventos y creer en que estos, en lugar de atormentarlo eternamente, son un recordatorio de que las cosas siempre se pueden hacer mejor. Y usted aún tiene la oportunidad de lograrlo.

Guillermo alzó la vista, con cierta esperanza brillando en sus ojos.

ꟷ¿De verdad cree que estoy a tiempo?

ꟷPor supuesto que sí ꟷsonrió ellaꟷ. Si vino hasta mi tienda es porque realmente le interesa arreglar su situación. Nunca es demasiado tarde si se tiene la conciencia y la voluntad de hacer el cambio. ꟷHizo una pausa, para que Guillermo pudiese creer él mismo en sus palabras, y prosiguióꟷ: Lo que le puedo sugerir ahora es no deshacerse de esta fusión de emociones que conforman su miedo, sino obtener un sentimiento que le ayude a combatirlo naturalmente.

ꟷ¿Qué sería eso?

ꟷValentía ꟷsimplificó Almaꟷ. Claro, solo le ofrezco esto porque justo ahora usted está hastiado de terror. Como sabe, la valentía se fortalece a partir del miedo. Usted no es valiente si no tiene miedo. Así que, en su caso, creo que podría favorecerle considerablemente.

ꟷ¿Está…? ꟷtartamudeó Guillermoꟷ. ¿Está segura?

Alma asintió con gravedad y, tras girarse unos segundos, retornó con un frasco lleno de esencia de color carmesí, rápida y brillante.

ꟷEl efecto no surgirá hasta que usted mismo tenga la disposición de enfrentar sus circunstancias ꟷadvirtió Almaꟷ. Cuando lo haga, la valentía podrá florecer y asentarse en su interior, siempre y cuando usted se impulse a romper sus cadenas con el pasado. De esta manera, el miedo poco a poco perderá fuerzas y usted podrá iniciar de nuevo.

ꟷEntonces ꟷrecapituló Guillermo, estudiando el frasco carmesíꟷ, si consumo esta esencia podré escapar de mi miedo, ¿no es así?

ꟷBueno, lo ayudaría en el proceso ꟷcorrigió Almaꟷ. Considérelo un catalizador de una reacción. Usted da el primer paso para que suceda.

ꟷEntiendo. ꟷGuillermo entonces agarró el frasco, pero, tras unos segundos, frunció el ceñoꟷ. ¿Cuánto tendré que pagar por esto? No me… No me cobrará con una vida humana o algo así, ¿verdad?

Ante tal pregunta, Alma no pudo suprimir una risilla.

ꟷ¿Qué, cree que soy bruja? ꟷrio ella.

ꟷHonestamente…

ꟷGuillermo, no ꟷzanjó Almaꟷ. Yo no cobro por mis servicios. Lo hago por un beneficio general. Cuando el estado emocional de una persona mejora, el estado emocional de la sociedad lo hace también, aunque usted piense que sea insignificante.

Guillermo analizó sus palabras, pero no dijo nada más. En su lugar, se limitó a asentir y, finalmente, estrechar su mano con la de Alma.

ꟷDe verdad, se lo agradezco ꟷdijo Guillermo, por primera vez dispuesto a esbozar una sonrisa.

ꟷNo me agradezca ꟷpidió ella, jovialꟷ. Vuelva en unos días, para ver cómo le resultó la esencia de valentía. Y si en ese momento se ha liberado del miedo, entonces sí, puede agradecerme. Si no es así, veré cómo puedo ayudarlo.

ꟷClaro, lo haré ꟷaseguró Guillermoꟷ. Admito que tenía poca fe de este lugar, pero, por alguna razón, aun sin haber visto la capacidad de estos brebajes, creo que podré regresar a mi camino. Gracias, señorita…

ꟷAlma ꟷdijo ellaꟷ. Puede decirme señorita Alma. O solo Alma.

Guillermo asintió y, animado, salió velozmente de la tienda, con un evidente cambio de emociones en su cerebro. En menos de tres días, volvió a visitar el local de Alma: ya había perdido el tic de tamborilear sobre las superficies con sus dedos. Un día después, regresó con una inesperada sonrisa de oreja a oreja, y, sin filtro alguno, le comentó sus progresos en su hogar con la familia. Otro día, habló de viejos pasatiempos que deseaba retomar y nuevos que quería aprender.

En cada visita, Alma no había hecho más que escuchar. No había procedido con ninguna otra dosis de valentía, pues, a su parecer, la única que le había entregado al hombre había florecido sin problema alguno.

“Es la voluntad que tiene por recuperar lo perdido”, observó Alma.

En menos de la segunda semana, Guillermo volvió con la mayor serenidad que Alma había visto en una persona. Caminaba con paso lento, se detenía a contemplar las pequeñeces de su camino y, por supuesto, conservaba aquella sonrisa que seguramente había estado reprimiendo por mucho tiempo.

ꟷLo he logrado, señorita Alma ꟷanunció Guillermo, con sus ojos llenos de lágrimas de felicidadꟷ. No sabe lo mucho que me ha liberado su ayuda.

ꟷFue un placer ꟷse limitó a decir ella.

ꟷDe verdad, y ahora sí lo diré, muchas gracias. Fue un gusto conocerla. Alma esbozó una leve sonrisa.

ꟷIgualmente ꟷconvino ellaꟷ. Le deseo éxitos con sus hijos y su cónyuge. Gracias por visitar la Casa de Préstamos Emocionales.

 

Amanda Rodríguez Jiménez

Cuento ganador del primer premio en el Concurso de Cuentos de Nueva Acrópolis en 2024.

 

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