El mejor golpe al racismo

«No son los hechos los que nos perturban, sino lo que pensamos de ellos»
Epícteto

Columbia, Carolina del Sur, 18 de julio del 2015

Camino presuroso. Los cuarenta grados de calor no afectan mi determinación.

Mi nombre es Darnell Johnson. Tengo treinta y seis años y soy un afroamericano que ha vivido intensamente. Hoy es un día especial para mí. Me uno a mis hermanos a defender un acto justo: el retiro, dictado por ley estatal, de la bandera confederada de los lugares públicos de Carolina del Sur.

Nueva Acrópolis - manifestación contra el racismoYa puedo ver la intersección de las calles Pendleton y Main. Debo voltear a la izquierda y arribaré a mi destino. Dos minutos después me encuentro en los jardines del Congreso Estatal. He llegado.

Veo decenas de manifestantes blancos ondeando la bandera confederada a unos cien metros de distancia.

Pienso en el significado de esa bandera usada por los estados esclavistas en la guerra civil de mi país. Es un símbolo del esclavismo y del racismo.

Siento la misma humillación y el dolor que mis ancestros padecieron bajo esta bandera. Siento la indignación de mis compatriotas afroamericanos que tienen que soportar convivir con este símbolo retrógrado que divide a la población de Carolina del Sur.

Entonces actúo, camino hacia los manifestantes con la intención de increparles y reprocharles su protesta sin sentido.

Veo con incredulidad, en las escaleras del edificio del Congreso Estatal, docenas de manifestantes pertenecientes a la siniestra organización supremacista blanca, el Ku Klux Klan. Un grupo vestido con túnicas blancas, otro grupo con polos negros, llevando sus insignias en sus vestimentas: la cruz de la gota de sangre, la esvástica y la bandera confederada. Portan decenas de banderas confederadas, algunas de ellas con la esvástica nazi acoplada.

Pienso que es una provocación de una agrupación caída en el descrédito por su racismo fanático y sus crímenes. Opino que la ley no debía permitir su existencia.

Alguna vez fueron millones, pero ahora no pasan de algunos miles en Estados Unidos.

Siento rabia y frustración al verlos manifestarse con anuencia de las autoridades, a pesar de ser una organización que promueve el odio y el crimen con motivaciones raciales.

Entonces actúo y camino decidido hacia ellos para hacerles frente.

No estoy solo.  Muchos de mis hermanos están agrupándose para repudiar al Ku Klux Klan y realizar una contramanifestación. Incluso muchos blancos nos expresan su apoyo. Aumentamos en número y el ambiente se pone tenso. Si no nos separan, puede estallar la violencia. Llegan numerosos policías y forman un cordón para separar a los dos grupos de manifestantes.

Soy cinturón marrón en Karate Kenpo, una escuela de karate desarrollada en los Estados Unidos, específicamente en Hawai. Si hay incidentes sabré defenderme.

Oigo sus insultos racistas y despectivos dirigidos hacia nosotros y hacia nuestras madres y hermanas.

Pienso que podía coger a uno de ellos y darle una lección, pero recuerdo las enseñanzas de nuestro maestro Edmund Kealoha: «Tener autocontrol permanente y usar nuestras devastadoras técnicas solo en caso que nuestra vida o la de otro ser humano realmente peligren».

Siento una lucha interior entre dos fuerzas. La fuerza de mis emociones, de la ira en particular, que quiere liberarse; y la fuerza del autocontrol, guiada por la razón que me indica aplicar las enseñanzas de mi maestro.

Entonces actúo conteniéndome de agredir a alguien. Ha prevalecido la fuerza de la razón.

Los efectivos policiales se incrementan. Ya hay enfrentamientos entre afroamericanos y manifestantes blancos, empujones, puñetazos, algunos caen al piso. La policía interviene con rapidez y logra restablecer momentáneamente el orden.

Veo, dentro de los manifestantes del Klan, a varios hombres de avanzada edad. Entre 60 y 70 años.

Pienso que estos ancianos eran jóvenes cuando se dieron las luchas por los derechos civiles de los afroamericanos en los estados del sur. Recuerdo que mi abuelo murió luchando contra los hombres del Klan en 1968. Hace un mes mi mejor amigo murió en una iglesia afroamericana de Charleston junto a otras personas, tiroteado por Dylann Roof, un joven supremacista blanco. Antes del crimen, dejó un manifiesto en las redes sociales, posando junto a la bandera confederada.

Siento dolor y mucha pena, sobre todo por la pérdida de mi amigo. Entonces actúo manifestando mi dolor, sollozando y derramando unas lágrimas por él. Paso cerca de dos horas más en la manifestación. Cuando estoy por retirarme contemplo una escena indignante:

Veo una anciana de unos 70 años, que seguramente sufrió en carne propia la discriminación en los años sesenta. Ella se acerca a los manifestantes del Klan, increpa a un joven blanco y éste contesta empujándola y haciéndola caer.

Pienso que esto ha sido demasiado. No seremos más humillados. Daré un escarmiento a ese racista y sé que puedo enfrentarme a dos o tres si es necesario.

Siento indignación y cólera.

Entonces actúo y me dirijo hacia el agresor empujando a las personas que se interponen en mi camino.

Sin embargo, alguien me detiene tomándome del brazo. Me doy vuelta rápidamente, listo para atacar y veo a un joven afroamericano que me enseña las escaleras del Congreso:

«¡Mira!» –me grita–-. Soy testigo de una escena surrealista:

Nueva Acrópolis contra el racismoVeo un manifestante del Ku Klux Kan de unos sesenta años que se tambalea en las escaleras del Congreso, posiblemente afectado por un soplo de calor debido a la elevada temperatura reinante. En eso aparece rápidamente un policía negro, lo sujeta y evita que caiga. Luego, con mucho cuidado y delicadeza, lo ayuda a bajar las escaleras y no deja de acompañarlo hasta dejarlo en una carpa de auxilio médico.

Pienso que esta escena pone de manifiesto lo absurdo del racismo. El mejor golpe al racismo lo dio ese policía con este gesto humano y amable hacia alguien que lo discrimina y lo considera inferior.

Siento vergüenza por mi reacción violenta, desoyendo las enseñanzas de mi maestro.

Entonces actúo tratando de ayudar a la anciana agredida y de calmar los ánimos para evitar la violencia.

Al día siguiente la foto del policía negro ayudando al veterano líder del Ku Klux Kan se vuelve viral en Twitter. Este acto de humanidad se había convertido en la mejor propaganda a nivel mundial contra el racismo.

El policía se llama Leroy Smith. Preguntado por la prensa por qué había obrado así, él respondió:

«Solo vi a una persona de avanzada edad desfalleciendo. En ese momento no me importaban las ideas. Es el deber de la policía de Carolina del Sur proteger al débil y al necesitado sin importar su raza ni sus creencias».

Recordé y entendí entonces las palabras de mí maestro:

«La más grande y verdadera auto defensa es vivir y forjar a nuestro alrededor un mundo de paz y armonía».

Comprendí que el policía Leroy Smith había sido el mejor guerrero ese día. Había vencido sin combatir.

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